Sobre los dispositivos electrónicos y sus efectos en las primeras etapas de la vida

Sobre los dispositivos electrónicos y sus efectos en las primeras etapas de la vida

Por la Dra. Lluïsa Colomer

Pediatra, medicina integrativa

Nuevas tecnologías y sus efectos en la infancia

El motivo de este artículo es dar a conocer mi visión como madre y como médico en relación a los dispositivos electrónicos en los niños y jóvenes.

Profesionalmente, es algo que me preocupa y me ocupa intensamente en el día a día. La educación y el crecimiento saludable de nuestros hijos dependen de la familia, de los educadores en la escuela y del médico de cabecera.

Como médico, siento la responsabilidad de compartir mis observaciones con la escuela y los padres.

Los comentarios y reflexiones expuestos en el texto no son resultado de ningún estudio o ensayo científicos, sino que son, simplemente, el fruto de la observación clínica en consulta, la lectura de libros y artículos, la asistencia a conferencias con diversos especialistas y mi experiencia como madre.

El artículo trata sobre los dispositivos electrónicos (de aquí en adelante, DE) en general: televisor, ordenador, juegos de pantalla, tabletas, smartphones… Aunque, sin duda alguna, los inconvenientes de los DE de última generación son mucho mayores o intensos.

Me limitaré a hacer un análisis de los puntos negativos y más preocupantes sobre la relación entre los DE y los jóvenes para poder reflexionar sobre cuáles usar, y cuándo y cómo usarlos.

El desarrollo del niño

Parto del concepto de que el niño va adquiriendo progresivamente sus capacidades para alcanzar la madurez como ser humano. 

El ser humano está constituido por los elementos físico, vital, anímico o emocional, mental y espiritual. Estos elementos son importantes y están presentes en todas las fases de la vida, pero su papel será diferente según la edad. 

Todos los elementos se deben ir «encajando» de un modo armónico durante los tres primeros septenios de la vida, y el objetivo es alcanzar la madurez en la edad adulta con un equilibrio en todos los ámbitos.

Durante el primer septenio (0-7 años), aun no hay una conciencia completa; en cambio, hay una gran plasticidad cerebral (neuroplasticidad): los niños lo graban todo. Cuanto más pequeños sean, menor conciencia, menor capacidad de discernir o digerir tendrán, pero cualquier información, ya sea visual, verbal…, quedará grabada. Si son muy pequeños, puede quedar grabado en el inconsciente: el niño tal vez no recuerde lo vivido en los primeros años, pero lo tiene almacenado, y esto puede condicionar su comportamiento a lo largo de toda su vida.

En el segundo septenio (7-14 años) se desarrolla el pensar consciente, y también es un momento básico para la maduración emocional: la gestión de las emociones, también llamada inteligencia emocional, madura especialmente en esta época.

Finalmente, en el tercer septenio (14-21 años) acaban de emerger la personalidad y las capacidades individuales, originales y únicas de cada uno.

Partimos, pues, de una gran plasticidad durante la infancia y la juventud, cosa que permite adquirir de forma progresiva las habilidades físicas, emocionales, espirituales y mentales. 

El correcto equilibrio entre estos sistemas permitirá que se desarrolle un adulto sano, entendiendo como sano no solo la ausencia de enfermedad física, sino también la capacidad de ser libre, autónomo, independiente y no manipulable, de gestionar el estrés y las emociones. Un adulto ecuánime, con contención emocional y capacidad de escucha. Un adulto integrado en su sociedad de forma plena y satisfactoria. Un adulto con coherencia y resiliencia. Un adulto con autoestima y que se sienta identificado con su físico, con su vida y con el entorno y el momento que le ha tocado vivir. Un adulto sin necesidad de evasión en ninguna de sus formas, ya sean drogas, consumismo, ordenadores, vigorexia…

La capacidad de concentración

Como profesional de la medicina, uno de los temas que más me ocupa en relación a los DE es el trastorno por déficit de atención, con o sin hiperactividad (TDAH). Cuando se diagnostica a un niño de TDAH podemos estar ante un gran abanico de causas: puede ser  un problema de base genética, un trastorno optométrico, un problema de integración neurosensorial auditivo, dislexia, lateralidad cruzada… Los motivos de este trastorno, por ejemplo, pueden la exposición a neurotóxicos (alcohol, drogas o fármacos) durante el embarazo, o incluso antes; nos podemos encontrar frente a un caso de desnutrición (exceso o sobrecarga de alimentos refinados o aditivos), de intolerancia alimentaria… Además, cabe decir que el uso precoz y excesivo de los DE puede desencadenar o agravar un TDAH en las personas que tengan predisposición a padecerlos. 

Así pues, deberíamos preguntarnos si los DE promueven la concentración o, por el contrario, conllevan una distracción o evasión. Con los DE nos distraemos, dejamos de estar centrados en nosotros, dejamos de estar conectados y nos evadimos de la realidad tangible que nos rodea. El niño que trabaja o juega con la pantalla puede aparentar una gran quietud o recogimiento, pero hay hiperactividad, hiperestimulación y/o hiperconectividad a nivel mental.

Cuando el niño, especialmente si tiene un déficit de atención, cesa su actividad con el DE, le será muy difícil volver a centrar su atención. Y es que la hiperconectividad produce una agitación mental de difícil control por parte de los niños. Según P. Castells, el paradigma del uso de los DE es la hiperactividad cognitiva: «como resultado del bombardeo audiovisual al que se somete la mente del individuo es incapaz, entre otras cosas, de leer un párrafo de unas pocas líneas sin distraerse… ¿Tendrá un TDAH?».

La base del trabajo con las nuevas tecnologías es la fragmentación y el máximo flujo de información; lo opuesto al concepto de la lectura profunda o silenciosa. 

A parte de muchas otras causas de TDAH, probablemente los DE han ayudado a la tasa actual de déficit de atención. ¿Tal vez esta epidemia se inició, poco a poco, con el uso generalizado del televisor? Después se habría disparado con el uso de juegos de pantalla y ordenadores personales, y está por ver el resultado del uso precoz e indiscriminado de los smartphones y las tablets.

Aprender a trabajar y a estudiar: el trabajo enfocado en el objetivo final o en el proceso 

La hiperconectividad perjudica el cerebro

Patricia Greenfield (neurocientífica)

Hay diferentes maneras de enseñar a trabajar o estudiar. Para unos es importante alcanzar unos objetivos determinados en un tiempo determinado, ya que se tiende a pensar que cuanto más conocimiento u objetivos alcancemos en menos tiempo, más mejorarán nuestras capacidades. 

Para otras tendencias pedagógicas, lo más importante no es la cantidad ni la velocidad de adquisición del conocimiento, sino la calidad y la manera cómo se trabaja para alcanzarlo. El proceso de aprendizaje, pues, es lo más relevante.

Tener más información o más horas de trabajo no equivale a resultados más exitosos. España es, probablemente, uno de los países con más horas lectivas y más temario lectivo; sin embargo, hay un excesivo fracaso escolar. Y es que aumentar la información a la que acceden nuestros hijos sin que haya un aprendizaje vivencial, sino virtual, a la larga puede ser empobrecedor. 

Los países que van a la cabeza en sistema educativo tienen como objetivo asentar unas bases no excesivas, pero muy sólidas y vividas desde una percepción real. Con estas bases los jóvenes tendrán las auténticas herramientas para adquirir mucho más conocimiento.

Cuando estudiamos y disfrutamos en el proceso, elaborándolo poco a poco, con experiencias vivenciales, el conocimiento se asienta de una manera más sana y duradera: esta es la base para enseñar a trabajar con profundidad y entrega en el futuro.

Si solo pretendemos alcanzar un objetivo, si el proceso de estudio o trabajo no es gratificante per se, es más fácil que caigamos en la frustración o el desánimo, especialmente si el objetivo es difícil o si los resultados no son los esperados.

Con el uso de los DE los niños y jóvenes obtienen respuestas inmediatas y muchísima información, pero dejan de lado la observación y la experimentación, que son las bases para todo desarrollo del conocimiento, especialmente la investigación.

Por una parte, la información que obtenemos mediante los DE es muy amplia y difícil discernir, evaluar y escoger cuando aun no tenemos las bases del conocimiento y el criterio suficientes. El mero bombardeo informativo —aun considerando que todo fuera de alta calidad y fiable— supone una sobrecarga y un cambio en el funcionamiento mental.

Por otra parte, la inmediatez de respuesta en las búsquedas por Internet convierte a nuestros hijos en seres tremendamente impacientes, que acaban por exigir respuestas y resultados inmediatos en todos los ámbitos de la vida: se convierten en seres muy impulsivos.

Para aprender a disfrutar en el proceso y a ser pacientes —dos condiciones imprescindibles en la investigación, pero también para llevar una vida plena y con sentido—, debemos trabajar con herramientas reales, palpables; debemos darle un toque artístico a las tareas de la escuela, permitir que el trabajo sea lento, elaborado y meditado.

El trabajo creativo

Para desarrollar la capacidad creativa individual es necesario lo que yo llamo «el silencio», eso que nos permite trabajar desde dentro, conectados con nosotros.

Para desarrollar cualquier trabajo, y especialmente el trabajo creativo, es necesaria la concentración, dejar sentir, imaginar y permitir que las ideas surjan desde dentro, para poder buscar las hipótesis de trabajo y los modos de resolverlas, diseñar de la idea y, finalmente, materializarla.

Tal como comenté en el primer apartado, los DE, lejos de facilitar «el silencio», suponen una agitación o hiperactivación que, si bien nos permitirá hacer el trabajo, el modo de hacerlo y el resultado serán bien diferentes.

Con los DE los niños realizan búsquedas de lo que ya está hecho o descrito en la red: se obtienen miles de respuestas a nuestras preguntas en tan solo unos segundos, y el resultado final es una mezcla de lo que nos parece más atractivo. Así, el trabajo suele ser un «copiar-pegar» más o menos elaborado; el resultado es, pues, empobrecedor para el individuo.

El crecimiento interior y la capacidad creativa individuales serán cada vez menores. Si los niños trabajan así, difícilmente podrán desarrollar sus capacidades.

La adquisición de habilidades, el hecho de despertar los talentos o la genialidad única de cada ser humano, suele requerir un esfuerzo y trabajo individual. Si delegamos parte del trabajo a los DE, perdemos oportunidades y nos ejercitamos menos. Y, si reducimos mucho la ejercitación de nuestras habilidades, se producen una atrofia de nuestros talentos o capacidades individuales, un empobrecimiento interior y una falta de entrenamiento del sistema nervioso.

Los niños sometidos precozmente a los DE serán adultos con atrofia o falta de desarrollo de sus talentos, les faltarán recursos si no disponen de DE, les faltará agilidad mental y creatividad. También les será difícil trabajar, solucionar problemas o realizar una labor creativa sin la tecnología, tenderán a huir del esfuerzo y se convertirán en dependientes de la tecnología; por lo tanto, serán menos libres.

Desde la escuela se debería potenciar el desarrollo de la creatividad individual mediante un trabajo enfocado en el proceso y no en el objetivo.

La comunicación

Es estremecedora la imagen de los jóvenes mirando constantemente la pantalla, totalmente al margen de lo que está ocurriendo a su alrededor. El uso excesivo de DE los hace estar ausentes, poco comunicativos.  Contestan con monosílabos y sin levantar la mirada de la pantalla. 

Incluso les cambia el humor cuando intentamos comunicarnos con ellos, porque se sienten invadidos e interrumpidos al intentar traerlos al «aquí y ahora»; la hiperconexión los hace estar ausentes.

Si bien en la adolescencia puede ser fisiológico un cierto «encapsulamiento» y el rechazo hacia la familia, sin duda alguna los DE suponen una potenciación patológica de esta característica. Esta enajenación puede rozar o desembocar en patología psiquiátrica de trastorno de la personalidad.

Aparentemente, los DE favorecen la comunicación; mediante las redes sociales estamos en comunicación constante e inmediata. Pero ¿qué tipo de comunicación tenemos? 

La comunicación suele ser escrita o con algunas imágenes, pero la mayoría de veces no nos permite percibir completamente al otro, no suele haber la posibilidad de percibirle realmente. No escuchamos el timbre de su voz ni tenemos contacto visual, cosa que es básica en la comunicación humana. Los gestos corporales, las reacciones…, todo queda reducido casi siempre a un escueto y corto mensaje, generalmente con un lenguaje y una ortografía deplorables. El que manda el mensaje o imagen no puede observar al receptor, y el receptor no abarca de un modo completo al emisor.

En una edad en la que aun está madurando nuestra parte anímica o emocional —una edad en que estamos generando nuestros vínculos más allá de la familia hacia la inserción social­­— es imprescindible que la comunicación sea directa siempre que sea posible.

Ver, sentir y escuchar (no solo oír) al otro nos dará las bases para ser adultos equilibrados, respetuosos y tolerantes.

Podemos escuchar al otro no solo a través de sus palabras, sino también de sus gestos, del timbre de voz y, sobre todo, a través de su mirada. Escuchar es la parte fundamental para la comunicación humana, es la base para evitar conflictos, para comprender al otro y para establecer vínculos anímicos sanos con quien nos rodea. Cuando nos comunicamos mediante los DE no es necesario escuchar: puede ser una comunicación sin escucha. 

En los niños que aun están formando los vínculos anímicos fuera del ámbito familiar y que precisan de una maduración en el ámbito emocional, puede suponer un empobrecimiento de su capacidad de inserción social, de relación y de comunicación.

La voz, la mirada, los gestos o el contacto físico comunican mucho más que los textos escuetos o las imágenes, permiten a nuestros hijos reforzar su base emocional al reflejarse en las emociones del otro.

En la actualidad ya existen talleres para adultos para aprender a escuchar. Si la capacidad de escucha ya es un problema en adultos que se han incorporado a la era digital, fuera de la edad de desarrollo, ¿qué ocurrirá con las generaciones que ya suben inmersas en las nuevas tecnologías y redes sociales desde la primera infancia? 

Desde el ámbito familiar habría que fomentar la comunicación en la familia y acotar el exceso de comunicación a través de las redes sociales.

El lenguaje

Con el uso de los DE observo una decreciente calidad en el lenguaje: a pesar de tener acceso a mucha más información, el lenguaje es cada vez más pobre tanto en vocabulario como en estructura gramatical y ortográfica.

El lenguaje es una capacidad genuinamente humana. Según Nicholas Carr, «el lenguaje es, para los seres humanos, el principal vaso de su pensamiento consciente, en particular las formas superiores de pensamiento». ¿Puede el empobrecimiento del lenguaje suponer un cambio a nivel intelectual, una deshumanización?

La escritura

La escritura es un complejo sistema de codificación y descodificación específico del ser humano, es un sello único y diferenciador de cada individuo, y es muy importante para nuestro desarrollo global.

La escritura expresa cómo somos: la personalidad del individuo empieza a reflejarse en la escritura a partir de los 11 años. A esa edad ya empieza a ser visible la escritura definitiva; así, ejercitar la escritura permite que nuestra individualidad, nuestra identidad, aflore.

Escribir con nuestro trazo personal y único nos ayuda a reafirmarnos en quiénes somos. Ejercitando la escritura, que es única para cada individuo, se trabaja la personalidad: en la escritura se refleja nuestra esencia y, a través de ella, podemos corregir trastornos de la personalidad.

La disgrafía puede reflejar y ponernos en alerta de una infinidad de problemas en el niño, tanto en el ámbito físico como en el emocional. La corrección de la disgrafía mediante la grafoterapia puede incidir directamente en la mejora de la patología.

La grafoterapia se puede trabajar a partir de los 7 u 8 años para ayudar a obtener un mejor rendimiento en la atención, la comprensión verbal o la comunicación. La reeducación de la escritura permite mejorar el rendimiento escolar, promueve el orden, aumenta la autoestima y beneficia a la comunicación, y puede ser especialmente útil en los problemas de trastorno límite de la personalidad.

Si los niños dejan de escribir o reducen la escritura sobre papel a edad temprana perderán la posibilidad de afianzar su personalidad, dejarán de entrenar su grafía y perderán la oportunidad de definir o redefinir su personalidad.  

Con el trabajo digital perdemos la oportunidad de detectar y ayudar a niños con problemas y, por tanto, no ayudamos a la prevención del fracaso escolar.

Mediante la escritura en pantalla no distinguimos entre las diferentes personalidades ni podemos detectar ninguna patología; creamos seres uniformes en su expresión, todos iguales y sin identidad propia.

Para poder vivir la vida con plenitud y sentido hemos de ser capaces de pensar, sentir y actuar. El niño se debe preparar para trabajar de forma equilibrada en los tres niveles. 

La escritura podría observarse como el primer paso en la capacidad volitiva o de acción. Podemos pensar y sentir y, como paso previo a actuar o a materializar la idea, podemos plasmarla sobre el papel. La acción de escribir de puño y letra le confiere más fuerza y determinación a nuestra capacidad de actuación que la escritura digital. Es más fácil pasar a la acción definitiva cuando usamos el papel. Nuestra letra refleja las inseguridades, las dudas o los miedos que, a la vez, vamos subsanando a medida que escribimos.

Es posible que los proyectos escritos solamente en formato digital no lleven la misma fuerza plasmadora que las ideas expresadas sobre el papel, ya que ésta exige una mayor profundidad y concentración.

Ámbito social: respeto y tolerancia

Al contrario de lo que podríamos imaginar, ya hay informes que advierten que la hiperconectividad y el acceso a toda la información posible a través de Internet, lejos de promover la tolerancia y el respeto, refuerzan a los grupos y tendencias extremistas.

De un modo inconsciente buscamos siempre aquella información que reafirma nuestra opinión, cosa que nos vuelve más intransigentes o incapaces de ver las cosas desde otro ángulo.

Al no haber debate, al no tener la necesidad de escuchar a otros, ni siquiera de verlos, vamos creando nuestra imagen cada vez más estereotipada, a menudo envuelta de prejuicio, poco real y distorsionada, que alimentará fácilmente a todas las tendencias fóbicas. Al final los grupos sociales son más cerrados y extremos.

La ausencia de una comunicación interpersonal real impide el desarrollo de la compasión y la comprensión; a nivel escolar puede ser más difícil integrar a los niños «diferentes» o que no encajan en los estándares. Y estos niños «diferentes», a su vez, pueden tender a evadirse en las redes sociales, buscando su grupo de apoyo allí. Esto conlleva un gran peligro de adicción.

Por último, el fenómeno de la rumorología a través de los DE puede tener efectos muy dañinos.

El tiempo

No hay ninguna duda que para muchas tareas los DE suponen un ahorro de tiempo muy importante. Pero curiosamente también nos roban mucho tiempo.

Los DE nos roban tiempo a menos que tengamos un grado de madurez avanzado y una voluntad muy firme: es fácil que nos arrastren y se inviertan muchas más horas de las necesarias o saludables navegando, jugando o comunicándonos sin necesidad.

Hacer un uso razonable y saludable de estas herramientas no es fácil; de hecho, hasta los 16 años es frecuente que los DE nos arrastren o dominen.  

Hacer un uso libre de estas herramientas presupone un grado de madurez importante. La plena capacidad en la voluntad o fuerza de voluntad se adquiere durante el tercer septenio de la vida, y se alcanza la plenitud teórica con la entrada en la edad adulta a los 21 años. En ese momento se supone que hemos adquirido nuestra plena capacidad de autoconciencia y voluntad, siempre y cuando se nos haya permitido desarrollar nuestras capacidades respetando el ritmo natural.

El uso precoz de los DE puede inducir más fácilmente a las conductas adictivas y debería ir acompañado de un estricto control por parte de los educadores.

Salud física

Por un lado, la postura al trabajar con las tablets es fácilmente viciosa y puede ser contraproducente para la espalda y la vista. Por otro lado, está el tema de las radiaciones o electro contaminación (e-smog), y hay opiniones muy diversas en cuanto a los efectos de las radiaciones sobre la salud.

En nuestro país hay una escasa regulación o legislación al respecto. La OMS reconoce que los móviles pueden ser dañinos y aconseja que los niños los utilicen, ya que con las tabletas o los smartphones los niños están constantemente expuestos a la radiación y con contacto corporal directo. La electrocontaminación, incluyendo la radiación WIFI, puede suponer una amenaza para la salud, especialmente en personas jóvenes o muy electrosensibles. 

Existen iniciativas que consideran importante que las escuelas sean zonas blancas, es decir, sin electrocontaminación.

El sueño

Tanto las horas de sueño como la calidad del mismo se pueden ver afectadas por los DE. El fenómeno de atracción de los DE nos roba tiempo. En los niños y jóvenes las redes sociales o la comunicación constante mediante Whatsapp, por ejemplo, les mantiene despiertos mucho más tiempo de lo recomendable. El síndrome «FOMO» (Fear Of Missing Out, miedo de perderse algo) los esclaviza a los DE.  

Además, el efecto de activación mental de los DE puede dificultar su entrada en el sueño: según la constitución del niño le puede ser más difícil conciliarlo. A otros aparentemente no les afecta, pero en cualquier caso, tras un trabajo con pantalla, el efecto de hiperactivación de la mente y del pensamiento puede prolongarse incluso durante el sueño. La consecuencia será un sueño menos reparador. 

También puede haber más despertares nocturnos, especialmente si dormimos en zonas «enfermas» o con gran electro-smog.

Adicción a las pantallas y otras patologías 

La adicción a las pantallas es un grave problema, con una incidencia cada vez mayor entre los jóvenes, y hay mucha bibliografía al respecto. Hay que tener en cuenta que, precisamente los chicos más hábiles, con mayor dificultad de concentración o de trabajo (TDAH), o aquellos chicos con perfil de riesgo para entrar en conductas evasivas, son los que tienen mayor riesgo de sufrir adicción a los DE. Promover el uso de DE aboliendo los libros en las escuelas es precisamente muy contraproducente para el niño que ya tiene dificultades escolares y especialmente antes de los 16 años.

Puede haber una predisposición genética a la adicción: la epigenética nos enseña que, aunque exista la predisposición, ésta no se despierta si no hay exposición. La adicción se despierta con el uso; el uso repetido, aunque sea mínimo, ya puede despertar la adicción. El niño que sabe que cada día podrá acceder a su Tablet durante 15 minutos al final del día ya está pendiente de esa recompensa. Su motivación a la hora de realizar cualquier tarea no es la tarea en sí misma, sino la recompensa de poder jugar, usar la tablet o ver el televisor. 

Los objetivos, la motivación o lo que dirige la estructuración diaria del niño puede llegar a ser ese rato de evasión o desconexión, por muy corto que sea. Si hay predisposición a la adicción, ésta se puede despertar aun con un uso limitado o controlado por los educadores. Si se evita el uso sistemático o diario de los DE será más difícil despertar la adicción o dependencia.

El síndrome adictivo más extendido y que afecta en mayor o menor grado a todos los niños, jóvenes o adultos es el «FOMO», ese temor a estar desconectado durante demasiado tiempo y no enterarse de qué hacen los demás.

Por último, la adicción a las pantallas puede favorecer la aparición de otras patologías como los trastornos de alimentación como la anorexia nerviosa; entre los 10 y los 16 años estamos en una fase crucial para identificarnos, reconocernos y aceptarnos tal como somos.

Es un momento en el que es natural que aparezcan distorsiones en la autopercepción (complejos en el físico) y muchas insatisfacciones en ese sentido. Necesitamos intensamente herramientas que nos conecten con nosotros mismos para reconocernos y aceptarnos. Y estar fuera de la realidad tangible, muy hacia el exterior o evadidos en el ciberespacio, es un gran riesgo en este momento, especialmente si entramos en contacto con grupos que promueven la anorexia u otras actividades peligrosas.

Acceso a información peligrosa

Entre los 12 y los 16 años los chicos salen del nido familiar, y es natural que exista un impulso hacia explorar lo prohibido o buscar información y experiencias de un cierto riesgo. Es una edad en que pueden llegar a ser desafiantes, se sienten invencibles, capaces de todo, y no perciben los riesgos de algo tan intangible como la información que les llega por los DE. Se sienten capaces de sobrellevar y afrontar cualquier situación, cuando en realidad puede provocar en ellos graves distorsiones de la percepción de la realidad con inducción a conductas peligrosas como la autoagresión (anorexia) o la actitud violenta o vandálica.

Este acceso a información peligrosa no afecta solo a los chicos intrépidos que se aventuran a buscarla: puede afectarnos a todos, ya que a través de las redes sociales los niños son víctimas de un bombardeo involuntario de imágenes, vídeos o mensajes que pueden herir su sensibilidad. La información inadecuada que les llega involuntariamente puede dejar una profunda huella en función de su edad o sensibilidad.

Tener los DE les abre a un mundo tremendamente peligroso y contra el cual difícilmente se pueden defender. Hablo de grupos de competición de anorexia, competición de ingesta de alcohol o drogas, páginas de contenido altamente violento o pornográfico, el sexing… 

A estas edades aun hay una gran plasticidad y faltan herramientas para digerir o frenar el impacto que puedan producir según qué imágenes o informaciones. Es responsabilidad de los adultos protegerles.

La información que les puede llegar a los chicos puede ser deshumanizadora, angustiante, aterrorizante, entre otros muchos adjetivos. A veces en forma de documentos que puedan parecer poco dañinos como vídeos sangrientos o macabros con animales, y no digamos con personas.

Para ayudar a nuestros hijos, todos los expertos coinciden en que tienen que trabajar con el ordenador fuera de su habitación, ya que los DE no deben estar allí. Algo de muy difícil control cuando se trata de smartphones o tablets. Lo ideal, pues, es tener el ordenador fijo en una zona de paso. 

La claridad mental, atención o conciencia: el awareness

Reconocer la realidad tal cual es, estar realmente conectados con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea, requiere de trabajo y entrenamiento. Sin ejercitación no adquirimos esa capacidad de control mental que nos permite estar atentos en el presente.

La atención o quietud mental no se aprende con el exceso de información o con los estímulos de los DE: éstos promueven la dispersión mental. Los DE mantienen nuestra mente en un estado hiperactivo; al provocar esa agitación mental, pueden favorecer a la distorsión de la realidad, a los prejuicios, las prefiguraciones, las proyecciones mentales, las reacciones automáticas o compulsivas sin ecuanimidad, las pulsiones adictivas, las aversiones reactivas, la impulsividad…

En realidad, cualquier trabajo desde el pensar, cualquier esfuerzo mental, aun sin DE, debería compensarse con métodos para aquietar la mente. De este modo favorecemos que lo aprendido sedimente. Si no permitimos ese respiro tampoco podremos incorporar nuevos conocimientos correctamente.

Sería comparable a las posturas y contraposturas en el yoga, a la inspiración y la espiración al respirar. Tenemos mayor claridad mental y asentamos mejor el conocimiento si durante el trabajo intelectual realizamos actividades en la naturaleza o ejercicio. Cualquier actividad en el sistema rítmico (sentir y respirar) ayudará a asentar lo trabajado y, a la vez, a despejar o aquietar la mente.

Para los niños y jóvenes las herramientas ideales son el ejercicio y la música. Con ellos (especialmente con cantar) se trabaja desde la respiración, como en la meditación. Por ello es importante incorporar el ejercicio en las escuelas de un modo sistemático en el día a día, pero sin afán competitivo, para evitar conductas patológicas como la vigorexia.

Además, está demostrado que el ejercicio y el movimiento ayudan al desarrollo y a la interconexión neuronal. Los niños asientan mejor el conocimiento recién adquirido y adquieren el nuevo más fácilmente si realizan ejercicio regular diario intercalado con el trabajo intelectual.

Cuando trabajamos con DE la respiración se empobrece y solemos mantenernos en un exceso de inspiración. Es importante ayudar a los jóvenes a liberar la mente del estado hiperactivo o de hiperconexión provocados por los DE. 

Si al uso de DE unimos una escasez de herramientas que ayuden a aquietar la mente, pueden surgir infinidad de patologías: del sueño, enfermedades psiquiátricas, insatisfacción, distorsión de la realidad, necesidad de evasión… Y, por supuesto, nos debilitará favoreciendo cualquier tipo de enfermedad física para la que haya predisposición.

Lo que dejamos de hacer

Tanto o más importante que lo que hacemos con los DE es lo que dejamos de hacer.

A medida que voy finalizando el artículo, me percato de la importancia de los DE no tan solo en la influencia que ejercen en nosotros, sino sobre todo en cómo desplazan otras actividades. Sin darnos cuenta, los DE invaden silenciosamente todos los terrenos de nuestra vida: el trabajo, el estudio, la creatividad, el tiempo libre, las relaciones sociales…

En la infancia necesitamos una gran diversidad de estímulos. Sin duda alguna, los DE suponen un estímulo mental. Se podría discutir sobre cómo moldean el pensamiento o el funcionamiento neuronal. Una vez analizado este punto, habría que reconsiderar si ésta es la estructuración mental que deseamos para nuestros hijos.

Pero incluso aceptando como idóneo el modelo del pensamiento humano basado en las nuevas tecnologías, debemos preguntarnos sobre todo lo que los DE desplazan, reducen o incluso hacen desaparecer de la vida de nuestros hijos.

Los niños y jóvenes reducen su actividad física, el diálogo y la comunicación en directo, la escritura manual, el contacto con la naturaleza, sus hobbies, e incluso los ratos de aburrimiento tan importantes en las primeras etapas de la vida. 

Decía una paciente de 12 años, en protesta por el tiempo limitado para usar su smartphone que sus padres le daban, que no había ningún peligro, que para ella seguía siendo mucho más atractivo e importante tocar la guitarra (para lo cual tenía un gran talento). Sin embargo, se sorprendió a sí misma al reconocer que desde que tenía el teléfono no había vuelto a tocar la guitarra ni un solo día.

Así es como de un modo totalmente imperceptible los DE se adueñan de nuestro tiempo y de nuestras vidas. Y ni siquiera somos conscientes de ello.

Conclusión

El uso de DE en edades precoces pueden favorecer una imagen distorsionada de la realidad y atrofiar nuestras capacidades creativa, de escucha, de conexión interior, de conexión con la realidad y de crecimiento interno. Cada minuto de pantalla resta fortaleza interior a nuestros hijos, y más cuanto más pequeño sea el niño.

La prevención de todos estos riesgos, citando al doctor P. Castells, «empieza por fomentar la comunicación en la familia y controlar que no haya pantallas fijas en la habitación del crío. Ningún televisor para uso personal, las maquinitas con tiempo de manejo dosificado y el ordenador en un rincón de la sala de estar, bien a la vista de todos».

El uso sistemático de los DE produce una pérdida de habilidades o atrofia de capacidades del individuo a muchos niveles: creativo, emocional, comunicativo, social, de cálculo mental, del sentido de la orientación… 

¿Con el uso sistemático de los DE se podrá alcanzar del mismo modo el desarrollo individual hacia unos adultos autónomos y maduros, emocionalmente estables, compasivos y socialmente responsables? 

Los niños y jóvenes son cada vez más dependientes de los DE. Les cuesta trabajar, crear o comunicarse sin DE. Por tanto, son menos libres. Tenemos la responsabilidad de dejar crecer a nuestros hijos libres; de este modo podrán hacer un uso consciente y libre de los DE cuando sean adultos.

El auténtico reto y lo verdaderamente revolucionario en la educación hoy en día es saber prescindir de los DE: la escuela puede enseñar a usarlos, pero no los debe tener como herramientas de trabajo diario sustituyendo los libros. Puede enseñar cómo funcionan, para qué pueden servir y cómo usarlos saludablemente. La escuela debería enseñar a pensar, crear y aprender sin DE, y no deberían promover su dependencia. 

Solo así tendremos adultos sanos física y emocionalmente e independientes, con capacidad de pensar, de liderar, de empatizar con los demás.

Para los padres el reto es mantenerse firmes con el uso de juegos electrónicos, las tablets y los smartphones. Las pantallas crearán adultos dependientes, poco tolerantes y, lo más grave, muy manipulables. Los jóvenes serán más uniformes, con poco criterio: no habrán podido desarrollar sus capacidades y dones individuales, y serán menos libres y autónomos.

En palabras de Laia, una paciente de 16 años de mi consulta, «ahora reconozco que estoy perdiendo mi identidad. He dejado de disfrutar dibujando, escribiendo y cantando. Duermo un promedio de 5 horas al día. Realizo todo mi trabajo por ordenador y me comunico por smartphone. Ya no soy yo.  Y a la vez me veo idéntica a todos mis compañeros. Nada nos distingue. He perdido mi identidad».

Como dice la neurocientífica Patricia Greenfield, «aparecerá una generación cuya mente se mantendrá durante más tiempo como la de un niño».

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